Mario Vargas Llosa: Ética, Literatura y Su Legado en Defensa de la Humanidad

En agosto (13.08) se cumplirán cuatro meses desde que dejamos de tener entre nosotros a un gran Maestro —Don Mario—. En abril, Mario Vargas Llosa, destacado escritor y líder social, partió hacia el otro mundo. Hoy, como una suerte de reflexión sobre esta pérdida inconmensurable, surge la necesidad de compartir pensamientos acerca de la dimensión ética y moral de la literatura, ese espacio donde vivió y creó este insigne autor.
Recuerdo nuestra extraordinaria reunión con Mario en Kiev, en el hotel “Intercontinental”.


organizada gracias al apoyo de la embajada del Reino de España en Ucrania. Posteriormente,
tuvimos una breve correspondencia en la que Don Mario expresó su solidaridad con Ucrania
durante el momento más crítico de la invasión a gran escala. Se convirtió en uno de los más
fervientes defensores de nuestro país, tanto en el ámbito internacional, como en el universo de
la cultura hispanohablante.
Lamentablemente, no pudimos concretar todos nuestros planes con él. No logramos
organizar una reunión entre Mario Vargas Llosa y el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy.
Sin embargo, sé que unos años antes de su fallecimiento me hablaba sobre su experiencia
política y sus amplias conexiones, las cuales podrían haber desempeñado un papel crucial en
esta comunicación.


Especialmente significativa fue su participación como embajador del Ministerio de Cultura
y Política Informativa, liderado en aquel entonces por Oleksandr Tkachenko. En el marco de
esta iniciativa tuvo lugar una enriquecedora reunión que contó, también, con la presencia de la
primera viceministra Galyna Grygorenko y el director ejecutivo de la Asociación Ucraniana de
Editores y Libreros, Igor Stepurin.


Mario Vargas Llosa ha dejado una huella indeleble en la historia, no solo como un genio
de la palabra, sino también, como un hombre comprometido con la justicia y que brindó apoyo a nuestro país en los momentos más difíciles. Su legado es un recordatorio de cómo la fuerza de la literatura puede entrelazarse con una alta moralidad y un profundo amor por la humanidad.
Un aspecto esencial que merece atención al hablar de Mario Vargas Llosa es el foco ético
en su actividad como escritor. En este sentido, resulta pertinente aludir a la percepción
hegeliana de la literatura y a las ideas filosóficas de Hegel en general. Vargas Llosa entendía
que el proceso literario es un fenómeno narrativo, un acto de relatar historias. Sin embargo,
también era consciente de que el escritor que construye esos relatos, en particular los complejos
laberintos históricos, lleva una responsabilidad especial respecto a la realidad en la que vive. Su
trayectoria como autor puede interpretarse como un camino hacia un Ser Superior, donde el
escritor posee una sensibilidad extraordinaria para responder a los desafíos del mundo. Podría
compararse con una persona sin piel —vulnerable y receptiva en momentos críticos— y, al
mismo tiempo, con un guerrero gladiador que enfrenta con valentía los combates.
El encuentro con Mario Vargas Llosa en su habitación del hotel Intercontinental durante su
visita a Kiev, dejó la impresión de estar delante de un descendiente de los reyes españoles. De
él emanaba una luz interior especial reflejada en sus ojos: vivos, profundos, inmensamente claros y profundamente humanos. Esta humanidad es precisamente el rasgo distintivo de su ética existencial, una esencia que impregnaba tanto su vida como su obra. Vargas Llosa luchó activamente por un mundo mejor, una pugna visible, tanto en los discursos políticos durante su candidatura presidencial en Perú, como en los numerosos ensayos y artículos publicados en “El País”, el medio leído por millones de hispanohablantes en todo el mundo.
Desde el inicio de la invasión a gran escala en Ucrania, Vargas Llosa se posicionó
firmemente en defensa del país, transmitiendo ideas para la comunidad hispanohablante que
ayudaban a comprender la naturaleza de la agresión de Putin. Tal vez su postura no parecía
suficientemente contundente —este punto lo discutimos con Sergiy Borshchevskyi, traductor
ucraniano de sus obras—, pero Vargas Llosa comprendía la importancia de ofrecer
explicaciones claras y accesibles sobre por qué la agresión rusa representaba un mal absoluto.
Encontraba argumentos concretos y precisos que ilustraban el carácter criminal de la anexión de Ucrania por parte de Rusia; y destacaba que la victoria en esta guerra tan brutal, tendría un
impacto global: sería una victoria del bien sobre un sistema deshumanizado, carente de ética y
humanidad.
El respeto por el ser humano y los valores humanos han sido siempre principios
fundamentales no solo en la posición política, sino también, en la filosófica y social de Mario
Vargas Llosa. Se le podría considerar un caballero de la nobleza, aunque esto no significa que
su visión sobre el bien y el mal fuese incuestionable. Con él era posible debatir, por ejemplo,
acerca del concepto de lo nacional, tanto como estrategia defensiva como ofensiva.
Durante nuestra conversación en la entrevista, tratamos el tema de lo nacional. Llosa me
interrumpió para subrayar que este concepto puede ser muy peligroso. Por mi parte, mi
perspectiva sobre el nacionalismo se basa en la visión de Oleksandr Dovzhenko, quien
vinculaba lo nacional con el amor por su tierra, su país y su patria. Esta interpretación no tiene
nada en común con el enfoque nazi, que en la historia europea y las percepciones actuales, se
asocia con un cruel proyecto de destrucción de la humanidad.


Resulta curioso mencionar que Mario Vargas Llosa fue un ferviente admirador de la
tauromaquia, un fenómeno ahora prohibido en muchas regiones de España. Sin embargo, al
mismo tiempo, temía profundamente la crueldad que podría convertirse en un eje central de
proyectos civilizatorios como el nazismo. Por esta razón, Vargas Llosa aspiraba a visualizar un
mundo moderno desarrollado bajo el paradigma de valores democráticos basados en el respeto mutuo y el amor.
Así, su enfoque centrado en el ser humano se enfrentaba a la asombrosa brutalidad
desatada por la invasión de Putin a Ucrania. En este contexto, transmitir al mundo el mensaje
sobre la necesidad de una consolidación global se ha convertido en algo crucial. Aquí cobra
especial importancia la movilización de las sociedades española y estadounidense para apoyar
a Ucrania, ya que nuestro país se ha erigido hoy como guardián del planeta frente al mal
mundial encarnado por el rashismo y el putinismo.
Mario Vargas Llosa apeló activamente a los líderes de opinión organizando eventos
internacionales, mostrando una profunda preocupación por Ucrania, especialmente, debido a la insuficiencia de sistemas de defensa antiaérea en Kiev y otras regiones para protegerse contra los ataques enemigos. Este tema fue objeto de discusión durante nuestra reunión con Sergii Zhadan, uno de los más destacados escritores ucranianos, y Yevgen Nyschuk, soldado de las Fuerzas Armadas de Ucrania, conocido también como la voz de los dos Maidán y dos veces
Ministro de Cultura de Ucrania.


En España se llevaron a cabo reuniones con empresarios para agrupar esfuerzos en torno
a Ucrania y garantizar que Kyiv reciba el mayor número posible de sistemas de defensa
antiaérea. Aquí resalta una perspectiva vívida de la realidad, consciente de las amenazas que
hoy pesan sobre Ucrania. Esto refleja una nueva sinceridad; no como herramienta política que
oculta verdades profundas, sino como un regreso a lo esencial, donde el escritor siente la
necesidad genuina de convertirse en un portavoz, un clamor que debe resonar en el mundo o
hasta sacudirlo.
Llosa comprendía profundamente que la humanidad tiende a sumergirse en la comodidad
y la armonía de la vida social, y que sacarla de esa “concha” puede resultar sumamente difícil.
En tiempos de una terrible guerra contra el rashismo es crucial instar a las personas a
intensificar sus esfuerzos para resistir el mal. La gratitud hacia este gran escritor por su deseo
de formar parte del mundo que hoy combate las tinieblas, es indescriptible. Sin embargo, resulta lamentable que la administración del presidente ucraniano Volodímir Zelenskyy no haya logrado facilitar una comunicación ni organizar una reunión entre él y Vargas Llosa, dos figuras con una comprensión compartida sobre quién es el enemigo.
Llosa estaba genuinamente comprometido con la lucha ucraniana, demostrando que los
cataclismos históricos pueden abrir una nueva libertad interna. Su figura parecía irradiar energía juvenil pese a su avanzada edad, fortaleciendo su capacidad de movilizar recursos y enfocar su energía hacia el bien común. Su labor siempre estuvo impregnada de un profundo mensaje ético visible tanto en su vida como en su obra. En su novela ‘El sueño del celta’, exploró los motivos del imperialismo y la colonización; las estrategias para apropiarse de tierras y recursos, pero también, las intervenciones en las almas humanas, historias, memorias y tradiciones.
Mario Vargas Llosa vivía en un mundo bidimensional. Por un lado, sentía un profundo
respeto por Lima y Perú, su patria chica; por otro, anhelaba de forma global la libertad y la
justicia. Tuve el honor de visitar su casa en Lima en el año 2008, una experiencia que dejó una
huella imborrable en mi memoria.
Aquel día, acompañado por mi colega y crítica literaria Oksana Prykhodko, quien
intervenía en un congreso peruano, me encontré entre las paredes del hogar de Mario Vargas
Llosa. Desde el momento en que cruzas su umbral, surge una certeza inmediata: es el hogar de
un escritor, una persona que vive a través de las palabras. Esa percepción no se siente como
una metáfora, sino como una vivencia auténtica, una conexión con el estado de existencia que
define a este maestro literario. Sus máquinas de escribir, sus apuntes, sus líneas tachadas;
todos esos detalles revelan a un autor cuya esencia habita en sus frases, en sus narrativas
equilibradas y en su constante búsqueda de expresiones precisas.
Es absolutamente fascinante presenciar a un escritor que vive a contracorriente de la era
de los mensajes breves y los números. Vargas Llosa es un hombre de espíritu inmenso, un
espíritu que, en el sentido hegeliano, nace de la cultura de la palabra donde él mismo se formó.
Su universo literario no solo representa prosa, sino también, un espacio de encuentros y
desencuentros con otros grandes creadores, como Gabriel García Márquez. Aunque sería fácil
detenerse en las particularidades de sus divergencias, lo esencial es reconocer que Vargas
Llosa siempre permaneció fiel a las palabras. Su obra está intrínsecamente ligada a una ética basada en intenciones morales que evidencian el vínculo entre estética y ética, una conexión que constituye el fundamento filosófico de su existencia.
Se sabe mucho sobre su impulso por adentrarse en los conflictos políticos turbulentos y
las discordias ideológicas. Para él, la estética no era suficiente; buscaba formas de encarnar su
extraordinario espíritu luminoso dentro de la realidad política. Este espíritu, pleno de bondad y
humanidad, se reflejaba incluso en su mirada; una mirada sabia, penetrante, impregnada de
respeto hacia sus interlocutores y de sensibilidad ante el encuentro entre generaciones y
culturas.


La ética del ser se convirtió en la característica prominente del camino vital de Mario
Vargas Llosa. Este ethos explica su afán por encontrar fuerza en la esfera política, un ámbito
inseparable de los procesos sociales. Para Vargas Llosa, tal inclinación era una necesidad
natural como creador: compartir su energía a través de las palabras y los lectores con el
propósito de hacer del mundo un lugar mejor. Creía con convicción en la posibilidad de cambiar
la realidad para bien y estaba dispuesto a luchar por ello hasta sus últimos días. No es
casualidad que incluso en su vejez publicara columnas y artículos en “El País”, donde dejaba claro su interés por incidir en los eventos sociales y convencer sobre la urgencia de transformaciones.
Reflexionando sobre nuestra naturaleza humana, confirmo cada vez más la idea de que el
impulso hacia la colonización está intrínseco en la esencia misma de la humanidad. A lo largo de la historia, el ser humano se ha manifestado como conquistador y agresor, como un ser que
busca remodelar el entorno a sus necesidades y creencias. Esta capacidad única para
transformar la realidad define su naturaleza peculiar. Sin embargo, estas transformaciones
frecuentemente ocurren de manera brutal, ignorando los valores del otro. En momentos en que emergen los instintos primitivos relacionados con el mal, se materializa el lado oscuro de esa capacidad: el deseo de dominar y controlar el mundo. Este impulso está profundamente
arraigado en la historia del ser humano y por ello impulsa la incesante empresa de colonizar y
modificar la realidad que le rodea.
Tal vez el brillo intenso y curioso en los ojos de Mario Vargas Llosa durante nuestra
conversación en el otoño de 2014 en el hotel InterContinental reflejaba con precisión su
extraordinaria mente vibrante y perspicaz. Poseía el don de adentrarse profundamente en
documentos históricos, construyendo narrativas magistralmente relevantes para los desafíos del presente. Su novela “El sueño del celta” es una brillante reconstrucción de una época en la que la colonización era una característica inherente a la actividad humana. Sin embargo, en la imaginación del escritor las fronteras entre el pasado histórico y el mundo contemporáneo eran relativas: sabía fusionar ambos espacios para crear textos que dejaban huellas imborrables en sus lectores.
El genio de Vargas Llosa, capaz de captar y analizar con agudeza la realidad, le permitía
concebir relatos impregnados de una luz que transformaba la percepción de sus obras. En ellas
reflejaba, con gran sensibilidad, un profundo vínculo con el pasado histórico y revelaba el
determinismo trascendental: esa fuerza secreta del destino que, como un hilo invisible, ordena
acontecimientos y define el rumbo de la civilización. A pesar de la sangrienta trayectoria
humana, de los crueles enfrentamientos entre razas y culturas a lo largo de los continentes,
siempre quedaba en el cierre de sus novelas un resplandor intangible: un signo de esperanza y
humanidad. Esta luz transformaba sus escritos en arte literario de alto nivel y posicionaba a
Vargas Llosa como un autor cuya obra pertenece al canon esencial de la gran literatura.

Era un hombre profundamente galante, encarnación por excelencia de la cortesía y la
inteligencia en su forma más sublime. Elegante, sofisticado, irradiaba una luz que parecía
prolongar el espíritu de sus novelas —esas mismas que actuaban como espejo emocional de su
universo interior—. Entendía con gran lucidez la naturaleza de los sistemas políticos que han
acompañado la evolución cultural, pero también cómo estos amplificaban los conflictos, llevando a las sociedades a competir por el poder, los recursos y la supremacía. Estos sistemas
imperiales no dudaron en recurrir, con frecuencia, a métodos cínicos que esclavizaban y
despojaban a las personas de su dignidad.
Precisamente por eso, Mario Vargas Llosa reaccionó con tanta intensidad ante la agresión
rusa contra Ucrania liderada por Putin. Tenía claro que el pasado colonial, marcado por guerras
libradas para conquistar recursos y dominar pueblos ajenos, debía quedar atrás definitivamente.
Sobre ello escribió en diversos artículos para El País, llamando la atención del mundo
hispanohablante hacia la lucha ucraniana. Vargas Llosa buscaba soluciones al conflicto desde
los valores democráticos, aunque comprendía en profundidad la crueldad de Putin y el peligro
del entorno que había dado lugar a su figura: un medio carente de frenos éticos y dispuesto a
abrazar prácticas políticas violentas.
Simpatizaba con Ucrania y escuchaba con interés las noticias sobre el país. Hace unos
años expresó el deseo de recibir un libro del poeta ucraniano Andriy Permyakov, traducido al
español en Chile. El editor envió el ejemplar a su oficina en Madrid a través de su portavoz
Vanessa; aunque no está claro si Vargas Llosa tuvo la oportunidad o energía para leer el texto.
Recuerdo vívidamente nuestra última reunión vía Zoom, que fue organizada por Vanessa
junto al entonces ministro de Cultura de Ucrania, Oleksandr Tkachenko, su primera viceministra.

Galyna Grygorenko y el presidente de la Asociación Ucraniana de Editores, Igor Stepurin. En
esa ocasión, Mario Vargas Llosa mostró una energía vibrante e inquebrantable y una genuina
voluntad de apoyar al pueblo ucraniano. Sus palabras de solidaridad estaban cargadas de
fuerza, capaces de inspirar y movilizar a quienes las escuchaban. En ellas había esa luz
esperanzadora que emanaba también de sus novelas, historias donde se vislumbra lo
extraordinario incluso dentro del marco complejo del determinismo histórico.
Mario Vargas Llosa permanecerá para siempre en los corazones de millones como
escritor humanista y como un hombre que comprendía la importancia de consolidar las fuerzas
espirituales de la humanidad, para superar el mal en el planeta. Regalaba luz y él mismo era su
fuente, algo que se podía sentir en cada uno de nuestros encuentros, ya fuese de manera online o en persona: en Lima, Madrid, Kiev, o durante conversaciones por Zoom.

Dmytro Drozdovskyi
Es redactor de la revista “Vsesvit” (“El mundo”),
la revista ucraniana la más antigua dedicada a la
traducción (desde 1925), donde por la primera vez
en la URSS se publicó un relato de Mario Vargas Llosa.

Дмитро Дроздовський - головний редактор журналу «Всесвіт», науковий співробітник відділу західних і слов'янських літератур Інституту літератури ім. Т. Г. Шевченка НАН України, заслужений працівник культури України. У журналі «Всесвіт» з 2006 року.

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